El blues de la España Vacía

El blues de la España Vacía

 

Haced un listado con las diez profesiones más denostadas de la historia. Venga, no es una propuesta retórica, poneos a ello. Bueno, como no quiero agobiaros, os lo diré rapidito: en esa lista seguro que estábamos los ejecutivos discográficos. Apuesto lo que queráis. Somos los malos de la película, esos tíos (porque, para más inri, casi todos somos tíos: esperad, esperad a acabar de leer esto y luego ya me lapidáis tranquilamente) que siempre estamos poniéndonos hasta el culo de cocaína y cuya principal ocupación es poner trabas a la creatividad de los músicos. Un poco simplista, ¿no? Ya va siendo hora de que se nos deje defendernos. Bueno, dadme un momento, que voy al servicio a una cosa, y ahora vuelvo y os digo.

¡Yeeeeeah! ¡Ya estoy aquí, copón bendito! ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que nuestra misión es decir que no a esos músicos genialoides a los que supuestamente deberíamos reverenciar. Pues mirad, no son tan sublimes como creéis. Si yo os contara la cantidad de veces que nos han venido con que necesitaban una orquesta de cuerda para realzar la sonoridad de tal o cual canción. Sonoridad, mis cojones. Les pagábamos un violinista (cobran poco, la mayoría están muertos de hambre) e iban que chutaban: amos no me jodas, ¿vosotros sabéis lo que cobra una puta orquesta? O cuando me decían que querían grabar en no sé cuál estudio extranjero, y además con un tío rarísimo que había producido a Simple Minds, o a The Cure. ¿Pero tú te has creído que somos una agencia de viajes? Al final siempre grabábamos en unos estudios superapañados que hay en Getafe, con una tecnología del copón (allí se grababan, por ejemplo, las campañas de semana santa de la Dirección General de Tráfico, para que veáis qué nivelazo), y les producía Luis Cobos, supermajo: no hace falta irse tan lejos para comprar azulejos. Ya os digo: en realidad somos héroes sin capa al impedir que los músicos derrochen su energía en chorradas así, y que se concentren en lo suyo, hacer hits de la hostia que les den dinerito, bien que lo van a necesitar cuando sean mayores y, dado su nivel de estudios, acaben tocando “Paquito el Chocolatero” en bodas y comuniones. Una medalla tenían que darnos, os lo juro.

Mirad, hubo una vez en que… De verdad, solo de recordarlo se me pone la sangre negra. Llevábamos por entonces a un grupo que estaba muy de moda, allá por los tiempos de la Movida. Habían sacado dos o tres LPs que no se vendieron mal, hasta aquí todo bien. Pero vienen un día y nos dicen que van a sacar un disco llamado “Camino Soria”. Yo al principio me lo tomé a broma, sí, venga, y el siguiente se lo dedicáis a Navalmoral de la Mata, ¿no? Ellos me miraron muy fijamente, eran así como intelectuales, y nos soltaron un rollo de reconectar con nuestras raíces, de reivindicar el pop español de los sesenta, de hacer letras que fueran más allá de los tópicos de vivir en New York o en Tokio. Yo (ya sabéis el pronto que tengo) les mandé a la mierda, ¡yo os saqué del arroyo!, ¡creí en vosotros cuando nadie más lo hacía!, en fin, ese tipo de cosas. Pero ellos lo tenían muy claro, y al final se salieron con la suya. Y el caso es que luego vendieron un montón de discos, y la crítica lo acogió con los brazos abiertos, y la canción que da título al álbum es un clásico de la música española. Ya, vale, todo lo que queráis, pero así ¿cómo nos vamos a quitar el estigma de que África empieza en los Pirineos? En fin, que acabé muy quemado con aquello: dejé de representar a grupos intensos y comprometidos con la música, me cogí un año sabático por el Caribe, y allí descubrí un ritmo que de verdad era moderno y cosmopolita, y que por fin colmataba mis exigencias de calidad. No es por presumir, pero adivinad quién trajo el reguetón a España.

 

 

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