ROLLING STONES : THE LONDON YEARS

ROLLING STONES : THE LONDON YEARS

Supongo que ya lo sabéis, pero por si acaso os lo repito: Sus Satánicas Majestades vienen a vernos, y estarán tocando en Madrid el próximo 1 de junio. Si os apetece ver a un abuelete muy parecido a Mick Jagger dando saltitos, pues vosotros mismos. Ah, y me han dicho que dentro de la estatua de cera que representa a Keith Richard está el mismísimo Keith Richards, haciendo un ímprobo esfuerzo para que no se le caiga la ceniza del cigarrillo. Y no os digo los precios de las entradas porque me da la risa (¿para qué quieren tanto dinero? ¿Es que no están ya forrados?). En fin, creo que se me nota demasiado que no he digerido bien que hayan sustituido al insustituible Charlie Watts con tanta celeridad (sin Charlie la banda no existiría, se permitían decir hace solo unos años: ¡hipócritas!), y que no me hace gracia ver a una institución de la música con mayúsculas como son los Rolling Stones arrastrándose por los escenarios (cada vez estoy más convencido de que los Beatles son TAN grandes no solo por sus maravillosas canciones, sino porque supieron romper a tiempo). Si compartís mis reticencias pero seguís creyendo que su música es parte fundamental de nuestra educación sentimental y artística, os sugiero otro plan: descolgad el teléfono, anulad vuestras citas para toda una tarde y adentraos en este “The London Years”, que recoge lo mejor de la banda desde sus primeras grabaciones hasta su turbulenta entrada en la década de los setenta. En estos cuatro discos arrancamos con sus respetuosas versiones de Chuck Berry (“Come on”), levantamos las orejas con el caramelito que les regalaron los Beatles (“I wanna be your man”), nos ponemos a bailar como locos con el “Satisfaction”, para a continuación entrar en la fabulosa etapa pop de la banda, cuando la melodía aún primaba sobre el sonido, y en la que encadenaron éxito tras éxito (“As tears goes by”, la arrolladora “19th nervous breakdown”, “Paint it, black”, la emotiva “Ruby Tuesday”…), nos desconcertamos con su inmersión en la psicodelia (“We love you”, “2000 light years from home”), y por fin desembarcamos en la consagración de lo que podíamos llamar el sonido Stone, ese blues-rock sucio y excitante que resultó ser la marca de identidad de la banda (“Street fightin’ man”, “Jumpin’ Jack Flash”, “Brown sugar”), para acabar con esa apoteosis que es “Sympathy for the devil”, la banda sonora definitiva para cuando llegue el apocalipsis. En fin, que a ver si me entendéis: a todos nos aturulla la nostalgia y entiendo que más de uno venda un riñón en el mercado negro para poder acercarse al Wanda a ver a Mick y los chicos, pero si respetas la música (¡y estas canciones hay que respetarlas!) seguro que prefieres escucharlas con toda su ferocidad original, cuando comprimían en apenas tres minutos el sentimiento y las aspiraciones de la juventud de su época. En todo caso, ¡larga vida a los Stones!

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