¿En serio? Con la cantidad de influencers, prescriptores, tertulianos, espotifaiers y opinadores de toda laya que hay… ¿es necesario que también desde Mogambo os digamos lo que tenéis que escuchar? Pues, oye, qué quieres que te diga: si llevas toda la puta vida escuchando música y crees que tu experiencia sirve para descubrir canciones que nadie conoce, casi es una obligación hacerlo. ¿O no?
En todo caso, en esta sección queremos rescatar discos que han pasado al olvido injustamente (siempre desde nuestro punto de vista, eso que quede claro) y que merecen una segunda oportunidad. Porque no todo va a ser recrearse siempre en los mismos: Beatles, Stones, Queen, Led Zeppelin… Hay otros mundos, pero están en este, como dijo el poeta (no me acuerdo cuál, y no tengo muchas ganas de ponerme a buscarlo). Y no se me ocurre mejor ejemplo para empezar esta sección que hacerlo con The Kinks, una de las bandas británicas más importantes de la historia pero que (ay) no tienen el reconocimiento que merecen ni de lejos. Y escogemos como disco a recuperar este “Sleepwalker” (1977), que no es de los más conocidos de la banda, pero que desborda toda la sabiduría compositiva de su líder, el impar Ray Davies. Desde la canción que abre el álbum (una oda a la vida en la carretera que tan bien conocía el grupo) hasta su melancólico final (la vida sigue, nos asegura un Ray insólitamente optimista), aquí tenemos nueve canciones de rock directo, sin florituras conceptuales, nada que ver con los álbumes anteriores de la banda, más bien derivativos. Justo en el año en el que el punk explota, los Kinks sacan toda su artillería compositiva y melódica y reivindican los elementos que hicieron grande al rock.
Un disco equilibrado, en el que ningún tema ensombrece al resto, pero donde no hay ni un acorde de relleno, estando todo perfectamente calculado. Para los fans de la banda queda el guiño de “Brother”, un canto de Ray a su hermano Dave, con el que siempre se estaba peleando (un poco al estilo de los Gallagher, con dos décadas de antelación). Pero si tengo que dar mi opinión (y la voy a dar, me la pidáis o no), me quedo con la canción que da título al álbum, un medio tiempo juguetón que nos recuerda porqué mucha gente, cuando les das a elegir entre los Beatles o los Stones, te responden sin dudarlo: los Kinks.