Seréis muchos a los que su nombre no diga nada, pero habrá que buscar con una linterna muy potente para encontrar a alguien que no recuerde alguna de sus canciones: “Walk on by”, “I’ll never fall in love again”, “What’s new, Pussycat?”, “The look of love”, “Do you know the way to San Jose?”, “I say a little prayer”, “Raindrops keep falling on my head”, “This guy is in love with you”… Sí, por supuesto que estamos hablando de Burt Bacharach, que acaba de fallecer en Los Angeles, a la venerable edad de 94 años. Todos los temas mencionados antes, y muchos más, fueron defendidos por gargantas ajenas, pues Burt fue el paradigma de creador en la sombra: en la tranquilidad de su casa, junto con su piano y su letrista (Hal David en su época más gloriosa, Carole Bayer Sager durante los ochenta), pulía y pulía melodías que salían perfectas, a mitad de camino entre el pop clasicista y el easy listening, ese tipo de música que asocias con sofisticados bares llenos de humo, cócteles exóticos y mujeres fatales. Su exquisitez sonora nunca se rebajó a la moda al uso, modas que vio pasar con displicencia, mientras la legión de sus fieles veneraba su obra. No es casual que el mediocre cómico Mike Myers, para sus películas de Austin Powers (en las que se parodia el swinging London), llamara a Bacharach, un icono de aquellos años tan alocados y glamurosos. Como siempre que fallece uno de los titanes de la música popular (y últimamente caen como moscas), no puedo evitar pensar no ya quién le va a suceder en su trono (cosa que se me antoja imposible), sino algo mucho más sencillo: hoy en día, ¿hay alguien que, como Burt (o como, pongamos otro ejemplo en las antípodas, Manuel Alejandro), se queda en casa con su piano construyendo nota a nota melodías inolvidables sin la presión de la actualidad, sin el agobio de las discográficas? Es una pregunta retórica, no os molestéis en contestarla. Ya sé que NO