Las gotas repiqueteaban en la ventana, provocando en mí un despertar de los sentidos, acaso por ser las primeras de septiembre, las primeras en mucho tiempo. Sonaba en el tocadiscos la sonata tercera en Si Menor de Chopin, ejecutada poderosamente por el maestro Alexis Weissenberg. Los tonos menores son un poco intensos, pero al fin y al cabo embriagadores. Andaba aquella tarde de lluvia veraniega intentando acercarme a mi mismo. No, no es que tenga un problema de doble personalidad, es simplemente que, tras varios días en soledad, buscada, había logrado hasta aburrirme. Y el siguiente paso al aburrimiento en mi caso se suele convertir en escarbar pausadamente un poquito más en lo mas hondo de mi conciencia, buscando pistas que me ayuden a enfocar los pasos diarios. No me suelo aburrir, con lo cual no suelo ser introspectivo y soy más de aprender relacionándome en la calle, pero el caso es que hoy tocaba reflexionar, lo cual no viene nada mal. La realidad es que, con los 50 recién cumplidos, el tema de lo vivido y lo que queda por vivir se me presenta últimamente como tema recurrente. Y lo tomo de manera positiva, como un arreón para aprender a vivir mejor. La verdad es que el grosero paso del tiempo aparentemente va reduciendo nuestras posibilidades , con lo cual lo propio sería que ,en contrapartida, nuestra experiencia nos permitiera ejercer el disfrute de momentos de mejor calidad. Y para ello hace falta la inocente ilusión de la juventud, con lo cual creo que ya tengo pensado el plan: cada 10 años moriré y dejaré pasar a otro jovenzuelo con ganas de comerse el mundo. No, mejor cada 5 años, que caray. Intentaremos pasar la ITV del chasis corporal todos los años para ofrecer a los sucesivos soñadores 5 sentidos con los que poder defenderse. Y , de esta manera, la maquina avanzará dignamente por el camino elegido, libre de las ataduras de la melancolía, ya que las pasadas historias la habrían vivido otros, no yo.
Y mi sobrina y un ejército de discos de vinilo capitanearán mi travesía, como testigos de la realidad, convirtiéndose en la más bella hoja de ruta que un hombre pueda tener, evocándome los mejores recuerdos de mis anteriores vidas para poder alimentar las tardes de aburrimiento, el mundo tras el cristal.