JULIO Y NINO, VIDAS (MUY POCO) PARALELAS

JULIO Y NINO, VIDAS (MUY POCO) PARALELAS

Estamos de celebraciones: hace unos días se ha festejado, con la solemnidad que requiere el acontecimiento (ya os aviso que buena parte de este texto va a ser escrito con el modo ironía activado), los ochenta años del cantante español más conocido en el mundo entero, el inenarrable Julio Iglesias, el Emérito de la Balada Pegajosa. Con motivo de tamaña efeméride, un variopinto grupo de músicos (muchos coetáneos de Julio, pero otros provenientes del indie) contaban a “El País” su secreta fascinación por el artista madrileño, llegando incluso a elegir la canción que más les gustaba de su nutrido repertorio. Reconozco que, según iba leyendo el artículo, esperaba que acabara con algún guiño de complicidad, alguna referencia al kitsch que caracteriza al antiguo portero del Real Madrid, incluso cierto tonillo de condescendencia: “tiene todo para resultarme vomitivo, y sin embargo me gusta”. De eso nada, monada: los músicos consultados se rendían sin ambages ante el legado de nuestro Yulio, envidiando quizás su perpetuo color bronceado que tanto contrasta con la palidez de pergamino de nuestra tropa indie, acostumbrados a pasar sus días en el sótano de casa leyendo libros de autoayuda hasta que baja su madre y les obliga a salir a jugar en la calle a ver si les da un poco el aire.

A ver, es esto voy a ser muy claro: no soy experto en lo que hace años se llamaba “canción ligera”, pero reconozco mi absoluta perplejidad ante el éxito del cantante más anodino de la historia, un tipo que nos susurra sus (monótonos) devaneos amorosos sobre unas melodías clónicas, y que se mueve en el escenario con la gracia y el salero de un guardia de Buckingham Palace. Ya podéis argumentar los millones de discos que ha vendido, pero os juro que jamás comprenderé qué pueden ver sus admiradoras en ese tipo tan parodiable (no es de extrañar que haya protagonizado el primer meme de la historia, “y tú lo sabes”)

¿Las comparaciones son odiosas? Pues allá que te vamos: también estos días se ha conmemorado, con mucho menos ruido, otro aniversario, esta vez luctuoso. Se cumplen cincuenta años de la desaparición de Nino Bravo, un cantante que, grosso modo, podría encajar en el modelo de canción romántica que tanto éxito que ha reportado a Julio Iglesias. Pero hasta ahí las similitudes: para empezar, el vozarrón de Nino Bravo y su formidable capacidad interpretativa están a galaxias de distancia del maullido desganado de Yulio. Por lo que respecta a las canciones, a pesar de poseer un cancionero mucho más reducido, Nino cuenta con algunos de los himnos más reconocibles del pop español de todos los tiempos, entre los que destaca ese “Libre” cuyo brillo no ha menguado ni siquiera a pesar de haber protagonizado algunas de las campañas publicitarias más cansinas de la historia. Y para acabar (y esto interesará sobre todos a los gourmets del sonido), los arreglos originales de las canciones de Nino (aunque no sean directamente atribuibles al valenciano) rezuman modernidad y gusto, frente al insoportable pestazo a gala retransmitida en blanco y negro que destilan los discos de Yulio.

En fin, que no sé yo para qué me meto en esto, a mí la balada romanticona ni me va ni me viene. Pero creo poder reconocer un buen artista cuando lo veo, y me indigna que el destino nos privara de un pura sangre como Nino Bravo (¿hacia dónde habría evolucionado su trayectoria de haber vivido hasta hoy?), mientras que ese sosainas de Yulio acumula insospechadas admiraciones como las de los indies (qué manía les estoy cogiendo, oye). Aunque, ahora que pienso, no hay tanta contradicción: si escuchar “Un canto a Galicia” o “De niña a mujer” es la mejor cura contra el insomnio, frecuentar los discos de nuestros indies es como comerse una tortilla de lexatines.     

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