LOS JUSTOS
Abrid YouTube, buscad Movida: os saldrán cientos de clips de los ochenta, la inmensa mayoría de una innegable cutrez visual (rudimentarias grabaciones de “Aplauso”, “Pista Libre”, “Caja de ritmos” y demás programas televisivos de la época), pero casi siempre redimidas por unas canciones desacomplejadas y embriagadoras, llenas de energía y pasión. Si os fijáis, también podréis ver a cientos de chicos y chicas que apenas raspaban los veinte años de edad, y que al unísono tomaron una decisión importante en lo personal, pero fundamental en lo colectivo: se propusieron ser modernos. Para un país que empezaba a saborear la libertad, la labor de aquellos chavales fue, a pesar de su espontaneidad, impagable. En lugar de juzgar ceñudamente al franquismo hicieron algo mucho más inteligente: lo olvidaron en cuestión de meses, a golpe de pelo teñido y de camisa floreada, de guitarrazo salvaje y de baile. Es verdad que fue la generación anterior, la nacida en los cuarenta, la que trajo la democracia, pero los que vivieron al mundo hacia 1960 trajeron a España algo no menos importante: la modernidad. Eso sí: hoy en día pocos se acuerdan de aquello, y hasta se ha convertido en frase hecha abominar de la frivolidad de aquellos tiempos. Por otra parte, la práctica totalidad de chicos y chicas que formaron los grupos de los ochenta ya no se dedican a la música. Tras sacar dos o tres singles en una discográfica regional sin mucho éxito apagaron discretamente sus guitarras eléctricas y se buscaron la vidilla en otras ocupaciones de mucho menos relumbrón: hicieron oposiciones, se refugiaron en el negocio familiar, acabaron como administrativos en negocios aburridos. Lo que viene siendo la vida, vaya. Pues mira por dónde: a mí me apetece recordarles hoy, cuarenta y pico años después. Me apetece recordar a los que, entusiasmados por la música que salía de las cuatro emisoras enrolladas de entonces, rompieron la hucha y se compraron una guitarra eléctrica de segunda mano, y se aprendieron cuatro o cinco acordes al tiempo en que se llenaban la pechera con chapas de sus grupos favoritos, demostrando que (y lo diré con una frase muy de la época) de repente molaba ser joven, y que militar en un grupo era mucho más divertido que hacerlo en un partido político. Sus singles acabarían siendo saldados por la discográfica, y sus videos de YouTube (subidos por ellos mismos) no son visualizados nada más que cuando se los enseñan orgullosamente a sus sobrinos (que, no hace falta decirlo, se descojonan de su pinta de pardillos). Pero esos pardillos nos trajeron la modernidad (sea lo que sea eso). Y yo quiero agradecérselo.