Dejadme que gruña un poco primero, y luego vamos a lío. Para bien o para mal, uno conoce en persona a no pocos escritores, y da la casualidad de que casi todos son notables melómanos (¡algunos incluso tienen su grupo!). Pues bien, ahora viene la pregunta del millón: ¿Por qué en sus obras apenas hay menciones a la música pop que (me consta) escuchan a todas horas? ¿Quita puntos como intelectual citar a tal o cual banda? ¿Está bien dejar caer que el protagonista escucha las putas variaciones Goldberg, mientras que desmerece que tenga en su pared un poster de Tom Waits?
Bueno, vale, ya he centrado el debate. Vamos ahora con una novela que (además de otras muchas virtudes) demuestra un conocimiento de primera mano de cómo fue la escena musical española (y, más concretamente, la valenciana) allá por la segunda mitad de los años ochenta, antes de que llegara “la música fría”, ese bakalao que tanto daño hizo a la melodía, y que a punto estuvo de desterrar para siempre a las guitarras eléctricas. Bárbara Blasco ganó el premio Tusquets hace un par de años con “Dicen los síntomas”, y gracias a ello se ha reeditado “La memoria del alambre” (originalmente publicada en 2018), una novela corta tan afilada y cortante como una canción de los Buzzcocks.
La historia se bifurca en dos planos temporales, ambos generosamente regados de música. La protagonista es hoy en día una cantante de orquestilla verbenera que, de repente, recibe un mail que la arrastrará al pasado, a aquella Valencia punki y alborotada en la que desarrolló su adolescencia junto a su amiga Carla, “la chica sin porvenir”. Más allá de las vicisitudes de la trama (que no desvelaré para no hacer eso que al parecer es tan horrible, y que no tardará en tener su propio artículo en el Código Penal: un spoiler), estas dos amigas turbulentas y luminosas encarnan todos los defectos y las virtudes de aquellos adolescentes que, de repente, se encontraron en bandeja (y sin haber hecho ningún esfuerzo) una libertad por la que sus padres llevaban décadas suspirando, y gracias a la cual disfrutaron de los años más memorables que ha experimentado este viejo país. Sexo, drogas y New Wave abundan en las páginas de la novela, y un cañamazo de intriga (¿qué le pasó a Carla?) mantendrá alerta a los adictos al misterio. En todo caso, creo que uno de los grandes aciertos de “La memoria del alambre” es su prosa: directa y brutal cuando quiere, lírica y deslumbrante cuando lo necesita (“la adolescencia era eso: un tumor propio creciendo en la carne extraña”).
Por lo tanto, si queréis saber de verdad cómo se sentía la chica rara que protagonizaba algunas de las canciones de La Mode, o qué pensamientos insondables acosan a esa estatua metálica de la que tanto hablaban Radio Futura, sintonizad “La memoria del alambre”, ese LP convertido en libro gracias a la habilidad compositora de Bárbara Blasco.